Por fin vino una doctora, entró en la habitación y despertó a Laura con el resultado de las pruebas. “Inconcluyentes” dijo, “pueden ser varias cosas, tendrás que quedarte aquí una semana por lo menos para que sigamos con las pruebas”.
Cogió su bolso e hizo recuento de las cosas y cuando llegó a los caramelos de regaliz, pensó “que curioso, a casi nadie le gustan… ¿por qué puede ser?, ¿que tendrá ese sabor? ¿será quizá por el color?” – “Quién sabe” se respondió a sí misma.
Poco importaba ese absurdo pensamiento, se armó con su bolso y salió de la habitación enseñando el culo y alguna cosa más por el corte del camisón que tan de moda están entre los pacientes. Tenía dos opciones: Correr sin parar, sin pensar en nada hasta llegar a un lugar fuera del hospital, o ir saliendo disimuladamente del hospital, y quizá robar alguna bata para no enseñar sus pálidas facciones por la parte de atrás y correr en el momento justo, a la salida.
“¿cómo voy a robar una bata? No hay ninguna señal que ponga BATAS AQUÍ” Eso trastocaba un poco la segunda opción. Se sentó en la cama, para reflexionar un poco y sacar un plan adecuado para la ocasión. Pero no salía nada brillante de su alocada cabeza. Optó por coger la sábana de su cama, por si acaso. Y después salió de la habitación, para meterse en la siguiente. Allí dormía una señora mayor, que no tenía muy buena pinta, pero claro, por algo estaba en un hospital. Abrió sus cajones y su armario y encontró algo de ropa.
No era ni su talla ni su estilo, pero valía.